25N 2025 CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA
Nunca me da miedo la hoja en blanco cuando tengo que escribir desde las entrañas. Nunca, salvo el 25 de noviembre.
No me siento con potestad para sentar máximas irrefutables, no porque no las haya, porque joder, hay evidencias a miles de que la lucha feminista debe ser la primera y luchar sin tregua contra la desigualdad que conlleva el sufrimiento de más de la mitad de la población mundial. Ninguno de los eslóganes (no llamemos argumentos, ideas o programas a lo que no son más que soflamas de personas sin escrúpulos) son merecedores de la más mínima consideración puesto que no se basan más que en el odio que nace de la fragilidad de egos hijos sanos del patriarcado.
No me siento con potestad porque toda mi historia como mujer es un compendio de errores que no debería haber cometido. Errores constantes y seguro que en curso. Errores que me reconcomen cada día porque siento el peso de la maternidad que se me enseñó, y se enseña, en que todo lo que hagan nuestras hijas e hijos será reflejo de nosotras y todos nuestros errores se repetirán en ellos hasta el fin de los días.
He vivido todos los tipos de violencia machista. Excepto el asesinato consumado. La típica imagen del iceberg es el día a día de cualquiera de una mujer como yo desde su infancia. Y como yo somos todas. Mujeres al fin y al cabo.
Niñas que fuimos criadas bajo los límites de roles de género estrictísimos que si bien, por pura inocencia de la edad se traspasaban, un “marimacho” te dejaba claro que estabas “fallando a lo que eras”. Y de forma consciente, porque las normas las sabías de sobra.
Adolescentes que vivían como un día especial la primera depilación, que se avergonzaban de un montón de cosas de las que ellas, por si mismas y en soledad, nunca se hubieran avergonzado pero el sistema les recordaba día a día, programa a programa, foto a foto, revista a revista, comentario a comentario, escaparate a escaparate… que no estaban dentro de la norma. Estaban “fallando a lo que eran”. Y de forma consciente, porque las normas las sabías de sobra.
Mujeres que crecen tan llenas de culpa por toda su vida, tan conscientes de que no son suficientes, que mendigan la atención de sus semejantes y atesoran el más mínimo detalle como el milagro del amor romántico más grande jamás contado cerrando los ojos a la verdad completa. Sin reproche ni dramas porque tu papel está claro y lo demás es ser una loca insoportable que “falla a lo que era”. Y de forma consciente, porque las normas las sabes de sobra.
Mujeres enfermas como yo que se miran en los ojos de los demás y no ven más que un desecho de la sociedad, una validez nula (inválida literalmente), un desastre incapaz de cuidarse y mantenerse dentro de los límites mínimos, un desatre gordo, vago, impredecible… que no hace nada para no “fallar a lo que eran”. Y de forma consciente, porque las normas las sabes de sobra.
Y cuando haces "algo malo" conscientemente ¿qué se nos ha enseñado que merecemos? Un castigo. Y nos castigamos. Y dejamos que nos castiguen.
Estas mujeres, todas, crecemos y nos criamos y maduramos de modo que al final, antes o después, todas enfrentamos el espejo que no nos gusta. En ese espejo morado se nos muestra la verdad, la realidad, se nos habla de libertad, de empoderamiento y de lucha. Aparecen ideas tan rompedoras como la sororidad. Si logramos aguantar la mirada a todo lo que el espejo muestra, todo eso entra en nosotras y nos vuelve el mundo del revés. Pero hay que sumergirse en él. Sin miedo. Sin reticencias.
Con suerte, y mucha compañía, apoyo y recursos, una se rearma y aprende a ponerse las gafas lilas para comprender dónde se hizo la herida del amor romántico, la herida de la autoexigencia, la herida de la falta de autoestima, la herida de la distorsión de la autopercepción del físico…
Una entiende de donde vienen todas esas heridas y consigue liberarse un poco de la culpa pero eso no significa que vayan a desaparecer. La violencia ejercida en las mujeres desde su infancia se causa a tal profundidad que el dolor sigue siempre presente y nosotras tratamos de curarnos y mejorar como podemos. No es fácil.
Las mujeres recibimos insultos y golpes. Pero somos más fuertes que los maltratadores machistas. Eso lo sabemos. Si ellos ganan es porque la mayor parte de los insultos que nos humillan llegan del sistema y los que más nos anulan con diferencia son los que nacen en nosotras mismas. Los que nosotras mismas nos decimos hipnotizadas por ese mismo sistema.
El maltratador y todo su grupo de hooligans (partidos políticos, youtubers, “escritores”, señoros en general y señoras cómplices) cuentan con ello. Saben que si vas a un juzgado, a la policía o hablas con tu familia hay una gran probabilidad de que la que reciba juicio y condena todo en uno, seas tú. Porque tú ya te has juzgado y condenado de antemano ellos ganan y el maltratador sigue adelante.
Este 25 de noviembre quiero poner el foco en ese juicio. El juicio que nosotras nos hacemos en nuestro interior. Es clave porque si todas lo hacemos podremos ponernos frente a una mujer que nos interpela libres de ideas preconcebidas, verdades absolutas y reprimendas bienintencionadas.
Las mujeres transitamos por la violencia del sistema como podemos. Y cuando la reconocemos dentro, la violencia que nos ha sido infligida, eso no cambia.
Cada mujer necesita su proceso y sus decisiones, más o menos entendibles para el resto, son las suyas y no niegan en absoluto o contradicen la verdad académica, la realidad palpable y más que definida por el feminismo a lo largo de la historia y hoy. Ergo, no dejan a esa mujer fuera.
Las mujeres tenemos una historia común de opresión porque cada una hemos vivido una historia personal de opresión. La violencia de una es de todas pero la de todas también es de una.
Podemos hablar de conceptos como libertad, porque es indiscutible que al final del final del final todas podemos decidir, o podemos hablar de conceptos como independencia emocional porque es inexorable el hecho de que cada persona es autónoma y puede y debe autoregularse. Sobre el papel, el privilegio y el dinero todo se sostiene.
Podemos hablar de todo ello sin juzgar que haya mujeres que no puedan soportar la absoluta libertad porque bien no existen las condiciones materiales mínimas (la mayor parte de las veces no por ellas si no por sus hijos) o porque están tan heridas en su interior que necesiten vivir una parte de su vida en paz con las expectativas para dejar de supurar.
Y no sólo podemos vivir sin juzgar eso si no que incluso podemos no juzgar si esas mismas mujeres que no cumplen al 100% “el papel diseñado para la mujer moderna” quieren luchar y pelear por un mundo diferente donde las demás y las que vengan puedan vivir sin el yugo que ellas soportan.
Hoy es 25 de noviembre y la violencia hacia la mujer ha aumentado exponencialmente y/o se denuncia también muchísimo más. Toca luchar para acabar con lo primero y para que lo segundo llegue a mostrar incluso el más mínimo abuso. Intentemos para ello no crear un agujero demasiado estrecho por el que muchas no podamos pasar. Porque todas tenemos que salir de esta mierda de sistema y lo haremos juntas. Como siempre hemos hecho las mujeres.
Quiero aclarar que no me refiero al ser madre o no, trabajar o no, estudiar o no o hacer deporte o no. Voy mucho más allá de lo que hacemos para plantear la idea de “lo que somos” y somos mujeres que necesitamos a veces sentirnos seguras y, siempre que eso no atente contra nuestra dignidad por supuesto, debemos poder vivir nuestros procesos a nuestros ritmos.
Recordemos que a la gran mujer que nos dijo que “no se nace mujer se llega a serlo”, Simone de Beauvoir, se la juzgó por vivir de ama de casa unos años de su vida. Que la gran Frida Khalo sufrió por un amor tóxico. Que a Wangari Mathai se la acusó como ministra de no hacer lo suficiente.
Las mujeres somos como somos. No somos perfectas. Y no deberíamos querer serlo puesto que ese pensamiento, esa obligación de ser perfectas, es el núcleo de todos nuestros males. La mujer, la madre, la hija… perfecta. Da igual la cultura o el lugar del mundo, eso es lo de menos. Pero bajo esos rígidos estándares de cada casuística según la latitud, ser siempre perfectas.
Yo no soy perfecta y es por eso que empecé este artículo hablando de no sentirme con potestad. Es imposible sentirse segura en un mundo, en un rol el que sea, dónde sólo vale la perfección. Pero no quiero callarme. Quiero luchar. Quiero que todas nos oigamos y apoyemos. Quiero que cualquier mujer que lea esto sepa que,
DA IGUAL CÓMO LO HAGAS
NO IMPORTA SI SIENTES QUE TE HAS EQUIVOCADO
DA IGUAL QUE NECESITES SENTIR LO QUE SEA
NO IMPORTA QUE NO ENTIENDAS QUÉ TE PASA
DA IGUAL SI SIENTES QUE ERES UN NIDO DE CONTRADICCIONES
NO IMPORTA SI QUIÉN ERES NO CUADRA CON QUIÉN FUISTE
DA IGUAL SI NO SABES QUIÉN VAS A SER
El feminismo, las mujeres sororas, estamos aquí. Estaremos aquí. Siempre hemos estado aquí. Te apoyamos. No te juzgamos. Camina tu camino a ser libre como debas hacerlo que siempre, SIEMPRE, que nos necesites estaremos aquí. Siempre vas a tener un lugar dónde huir del ruido patriarcal, de la violencia machista. A tu manera. Te apoyamos. No tienes nada que demostrar. No te juzgues. Busca ser feliz. Te lo mereces. NUNCA ESTÁS SOLA.